jueves, 12 de diciembre de 2013

OVILLO DESMADEJADO

Animalito despeluchado, cojo y sordo. Casi como el amo. 
Los dos madrugan su vejez, emigrantes de un campo bucólico y crudo a la ciudad sin cocinar que no está hecha para paladares con pocos dientes.
La acera que ocupa la parada del bus, tres portales, le cuesta al más pequeño un esfuerzo de titanes. Cada paso, un dolor nuevo y una victoria triste. Bajan los dos a la calle a airear sus días de piso sin tierra y a intentar las heces el pequeño. El esfuerzo, a menudo, mayor que el paseo.
Los dos sordos caminan lento, cada mañana. Yo los oigo mientras espero mi universo diario, mi sordo cautiverio de ruedas municipales. Uno delante y el otro siguiéndole. Los dos llamándose. Ellos llegan a la esquina uno después del otro y yo, más tarde, al curro.
Hoy paseaba solo el sordo de dos piernas, el que ladraba más. Ha mirado hacia atrás dos veces, pero ya no ha llamado al compañero, aunque sus ojos lo han buscado. También nosotros.
El ruido de sus voces, hoy, muy sordo. Y molesto. Hemos ido al curro los de mi calle todos despeluchados.


PD. La foto de hoy no la he hecho. 

martes, 3 de diciembre de 2013

sí han pasado...


Introduces una breve modificación en tu diminuto universo de transporte público: hoy enlazas con el 29. Una ocasión especial, qué ironía, ir al dentista a que reparen el paso del tiempo por tu quijada. Ya lo has hecho antes, lo de añadir periplos a tus paseos. Y antes ya has pasado por delante de la puerta de L. (MD. según aquel tribunal familiar que te juzgó culpable entonces). Y antes ya has pensado en los casi 25 años que hace que esa historia contempló el fotograma de FIN (acabar, lo sabes ahora, ya crecidito y decrépito, siempre es otra cosa). Y, cuando L. – MD. sube en la parada de su casa, y su sombra cruza el pasillo de este universo paralelo al tuyo en que hoy navegas, piensas qué asco da la vida cuando el tiempo destroza la belleza, cuando los años se entretienen mancillando a la más bella nuera que tuvo tu padre, cuando aquella que iluminó el final de los 80 ha asumido la media centena así, sin brillo. Y aprovechas que se abre la puerta en una parada cualquiera para bajarte, apearte del sueño, aunque faltan varias avenidas que cruzar, esperando que ella no te haya visto... Aunque es cierto que te da igual si ella también ha hecho como que no ha notado la vibración que vuestra cercanía siempre produjo en los tejidos del tiempo, en la comisura de vuestras bocas y en los botones de vuestra ropa. Es mejor el calor de la tarde, y esperar el siguiente universo, que certificar con el saludo, incluso con un mero y tácito y simple reconocimiento, que sí han pasado veinticinco tacos. Tantos. Tan llenos. Tan perversos con lo que fue perfecto. Tan inmisericordes. Tan mentecatos.